Aquella sierra minera que me vio caminar
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Reportaje publicado en Voces de Nariño, Colombia.
“Los nariñenses están a tiempo de proteger su patrimonio natural, de proteger su otra madre, la Naturaleza, y a todos los seres que habitan en ella… a pesar de las 992 concesiones de explotación minera adjudicadas en el Departamento”.
Las ocres colinas se siluetean contra el cielo azul. Matorrales bajos salpican aquí y allá el seco paisaje a excepción de una pequeña laguna rojiza. Herrumbrosas se levantan las estructuras de extracción de hierro y ruinosos edificios se desmoronan en el yermo entorno. Algunas aves sobrevuelan el lugar en su camino hacia más amables alrededores.
Ese es el aspecto de la Sierra Minera de Cartagena, en España, de donde soy. Después de miles de años de imperios como el fenicio, el cartaginés y el romano explotando la zona, las modernas técnicas de extracción de franceses e ingleses, con la complicidad de los gobiernos locales, agotaron los yacimientos que quedaban, contaminaron agua, aire y tierra y dejaron sin trabajo a muchísimas personas que no sabían hacer otra cosa y que enfermaron por trabajar en la dura labor de la minería.
Un claro ejemplo del impacto de la minería es la histórica bahía de Portmán, situada en la costa mediterránea de la Región de Murcia, hoy anegada con 60 millones de toneladas de residuos tóxicos y 750 mil metros cuadrados de mar perdidos. No todo es muerte y destrucción y aún podemos luchar por defender unas cuantas bellísimas áreas naturales de la avaricia de especuladores sin escrúpulos y sin fronteras, ya que algunos de ellos vienen a Latinoamérica.
Ahora, viviendo en Nariño, veo que todavía quedan osos, dantas, colibríes, monos, águilas, tucanes, ranas tigre, jaguares y muchas más especies valiosas para el ecosistema conformado por los bosques andinos y páramos recolectores de agua, que fluye hacia el Pacífico, y el Amazonas, pulmón del planeta en el que vivimos. Los nariñenses están a tiempo de proteger su patrimonio natural, de proteger su otra madre, la Naturaleza, y a todos los seres que habitan en ella. Más aún, se está a tiempo de proteger a los propios hijos e hijas de estos residuos tóxicos de la minería que envenenan las vías respiratorias y que causan enfermedades como silicosis, cáncer de pulmón; otras como infertilidad y ovarios poliquísticos, y muchas más que afectan al aparato digestivo e incluso al cerebro.
Todavía se está a tiempo, a pesar de las 992 concesiones de explotación minera adjudicadas en el Departamento. Sólo unas pocas de estas explotaciones son artesanales o siguen los estándares del comercio justo; así, queda la gran mayoría para destruir hábitats naturales, para la violencia hacia las comunidades, para contaminar agua, aire y tierra, para derrochar los recursos hídricos y para la avaricia de unos pocos con la excusa del mismo concepto de desarrollo económico que ha hecho colapsar la economía de Europa y de Estados Unidos.
Aunque ustedes vean los estadios de fútbol europeos llenos de gente, créanme que allá hay crisis. Es cierto que están echando a muchas familias de sus casas, que los jóvenes no tienen trabajo, que cada vez más hay suicidios, que la banca domina a los gobiernos, que la comida cada vez es más cara y peor, que la educación y la sanidad empeoran a marchas forzadas. En alza están los conflictos sociales violentos, el racismo y sí, algo positivo, la ecología. La ecología, ahora que ya queda poco que proteger.
En la sierra litoral de Cartagena, sureste de España, habitaba el oso pardo, la cabra montesa, el lince ibérico, todos hoy desaparecidos de la zona. Lo mismo pasó con la foca monje, que casi nadie sabe ya de su existencia en la costa del sureste ibérico. Aún quedan tortugas mora y unos pocos delfines se han visto en dicho litoral, pero la tendencia es a la disminución y a la extinción de las poblaciones.
Ante el desafío que nos plantea la minería, será necesario establecer una legislación apropiada, analizar la contaminación por metales pesados en agua, aire y tierra, clausurar y sancionar las explotaciones que incumplan la ley, proteger los recursos hídricos y los territorios de las comunidades afectadas, garantizar que no se produzca violencia y que no se afecten ni especies endémicas ni hábitats valiosos.
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